Educación/Tecnología

Coches voladores, tecnologías poéticas y cambio educativo

Hace unos días fue 21 de octubre de 2015. Fecha que nos hubiera pasado totalmente inadvertida a todos sino fuera porque un número importante de medios de comunicación y blogs se encargaron de recordarnos que era la fecha en la que Marty McFly y Doc Brown vivían en la trilogía de Regreso al futuro. La escena que reclamó nuestra atención pertenecía a la segunda parte, estrenada en 1989 (Back to the future II). En la trilogía se jugaba con un lapso de tiempo de 30 años (aproximadamente una generación) hacia atrás y hacia adelante para recordar nuestro futuro e imaginar nuestro pasado.

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La mayoría de las noticias y comentarios de esos días se centraron en comparar lo que habían imaginado los guionistas de Regreso al futuro con nuestro actual 2015. Comparar el futuro imaginado con el presente vivido. Lo soñado entonces con lo real hoy. Me llamó, sin embargo, la atención un artículo en el blog Naukas en el que varios lectores, como tú y como yo, valoraban lo que la película había supuesto para ellos con testimonios muy personales sobre cómo habían imaginado el 2015 en aquellos años finales de los 80. ¿Qué presente soñaron entonces que estaríamos viviendo hoy?. El post merece una lectura, aunque sólo sea porque de alguna manera todos nos reconocemos en los niños y adolescentes que entonces fuimos y en los sueños que entonces tuvimos.

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La realidad es que en 2015 ni son habituales los viajes a Marte, ni hemos entablado relaciones con civilizaciones inteligentes, ni hemos logrado la fusión nuclear, que permanece obstinadamente siempre a 20 años de distancia, ni tenemos colonias en la Luna y, sobre todo, y esto es lo que más nos duele a algunos, no tenemos coches voladores.

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Esta serie de promesas incumplidas, de sueños rotos, nos afecta directamente a todos aquellos que fuimos niños en las décadas de los 60, 70 y 80. Todos, sostiene el antropólogo David Graeber, “compartimos un sentimiento enraizado, una profunda decepción acerca de la naturaleza del mundo en que vivimos, la percepción de una promesa rota, de una promesa solemne que nos hicieron cuando éramos niños acerca de cómo se suponía que iba a ser nuestro mundo de adultos.

Estamos confusos, indignados, pero al mismo tiempo avergonzados por nuestra propia indignación, sonrojados por haber sido alguna vez tan tontos como para creer a nuestros mayores”. «Nuestra realidad contemporánea es la versión beta de un sueño de ciencia ficción» (Richard Barbrook en Imaginary Futures)

La verdad es que a pesar de la enorme inversión realizada en I+D en los últimos decenios no solo no tenemos coches voladores, tampoco hemos encontrado una solución para el cáncer, ni hemos resuelto el hambre en el Mundo.

¿Qué ha pasado?. ¿Eran incorrectas nuestras previsiones? o ¿hay otro tipo de explicaciones?

En la década de los 70, argumenta Graeber, abandonamos de manera consciente la inversión en tecnologías asociadas a las posibilidades de futuros alternativos por tecnologías centradas en promover la disciplina laboral y el control social. Fue en los 70 cuando abandonamos las tecnologías poéticas por las tecnologías burocráticas. “Entendiendo por tecnologías poéticas el uso de medios racionales, técnicos y burocráticos para hacer realidad fantasías imposibles e impensables.”

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En lo que sigue quiero sostener que algo parecido nos ha ocurrido en el ámbito de la educación, a pesar de que nunca hemos abandonado el discurso del cambio educativo (también es abundante el discurso del cambio tecnológico en general). Es más, podríamos decir que en las últimas décadas no sólo no hemos dejado de lado este discurso sino que ha estado cada vez más presente en las agendas políticas a tenor de los numerosos procesos de reforma educativa que hemos experimentado. No es que nada haya cambiado es que no se han producido los cambios que soñamos hace años. El cambio es más lento de lo que nos gustaría y, desde luego, mucho más de lo que necesitaríamos. En educación, tampoco tenemos coches voladores.

¿Dónde hemos dejado los sueños de una educación diferente, de una educación centrada en el alumno y de un futuro mejor a través de la educación? ¿Dónde está la educación poética? Nuestro sistema educativo está altamente burocratizado y parece más centrado en la eficiencia que en la equidad. Nunca ha dejado de proclamar su aspiración hacia el cambio, pero se ha embarcado en una espiral de reformas que, sin embargo, parecen alejarnos cada día más de la visión de la educación como un agente transformador de los individuos y de las sociedad.

Nos ha faltado “poética”  y nos ha sobrado “burocracia”.

También quiero argumentar que es más o menos en la misma década en la que Graeber sitúa el desinterés por las tecnologías asociadas a la transformación social, cuando se produce un abandono real por las tecnologías educativas que querían realmente provocar un cambio educativo.

En la década de los 80s, cuando se empiezan a introducir los ordenadores en las aulas (recordar el Proyecto Atenea en España), se produjo paradójicamente un choque entre las tecnologías usadas poéticamente para transformar la educación y las tecnologías usadas burocráticamente para perpetuar los modos tradicionales de educación. Seymour Papert que estuvo involucrado en ese proceso lo ha contado muy bien: «En los 80 mucha gente se unió al hecho comprando computadoras. La escuela es como un organismo viviente. Un cuerpo extraño se acerca -la computadora- y el sistema inmunológico y mecanismo de defensa del organismo se ocupa de él. Así vimos el cambio en los 80. Antes de esta asimilación las computadoras se usaban en forma estimulante. Se hallaban en manos de maestros visionarios quienes usaban las computadoras porque no estaban satisfechos con la forma en que las escuelas hacían las cosas. Pero al final de los 80, las computadoras estaban en manos de la burocracia escolar y de las escuelas como instituciones. Todavía existían maestros visionarios, pero estaban siendo neutralizados.»

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Esta cita de Papert evidencia la tensión que siempre ha existido entre lo poético y lo burocrático. Desde entonces, dice Papert, “ha sido común entre muchos reformadores la idea de que si introducimos la tecnología en el aula, ésta sería utilizada y si era utilizada, entonces, transformaría la educación.

Aún así, quiero también mantener un espacio para la esperanza y el optimismo. No solo tenemos hoy un sistema educativo claramente mejor que hace 40 años, sino que además tenemos la oportunidad y la responsabilidad de trabajar por una educación mejor, por una educación transformadora, por una incorporación de las tecnologías en la educación que provoque cambios reales, por una educación poética. Es el momento de trabajar por la escuela que queremos.

Las preguntas que tenemos que hacernos son del tipo: ¿cómo podemos cambiar la gramática de la educación?; ¿cómo transformamos la educación para hacerla más relevante y adecuada a nuestro entorno y a nuestros tiempos ?; ¿cómo recuperamos el espíritu poético de las tecnologías?;  ¿cómo hacemos para volver a invertir en tecnologías educativas que nos ayuden a alcanzar nuevos futuros educativos?. ¿Cómo abandonamos la educación burocrática por una educación poética?

Sabemos, como dice Michael Fullan, que hay que hacerlo “actuando simultáneamente desde el cambio pedagógico, el cambio tecnológico y la gestión del cambio organizacional.

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Sabemos que el problema no es la ausencia de ideas ni de innovación, sino la desconexión entre ellas y la “soledad” muchas veces de quienes las promueven. Sabemos que necesitamos crear entornos que favorezcan y reconozcan la capacidad de buscar y evaluar críticamente nuevas ideas y prácticas. Entornos permeables que nos permitan aprovechar tanto lo que hay dentro como lo que está fuera de la organización (sistema educativo; centro educativo; etapa). Sabemos que la innovación no es tanto una cuestión de estar constantemente inventando cosas nuevas como de ser capaces de cambiar los modelos existentes para adaptarse a las condiciones cambiantes del entorno. Y sabemos también como ha dicho Ferrán Ruuiz Tarragó que «el cambio y la mejora real provienen menos de decisiones gubernamentales que de la imaginación, el compromiso y el esfuerzo continuado de los profesionales de la educación.» La investigación y la práctica educativa han demostrado que las innovaciones dirigidas y gestionadas por los profesores son más eficaces que las iniciativas externas. Que las reformas top-down promovidas por las autoridades educativas tienen un impacto limitado. Las prescripciones sobre qué deben hacer los profesores no transforman sus prácticas (Ferrán Ruiz Tarregó).

Por otro lado, tras cuarenta años diseñando tecnologías que promovían un uso pasivo por parte de los estudiantes, ahora de nuevo hemos vuelto a poner el acento en su carácter activo. Ahora parece posible desarrollar las infraestructuras tecnológicas que reclamaba Seymour Papert para un genuino y profundo aprender haciendo. Ahora podemos recuperar la idea inicial en torno a los ordenadores personales. Su principal característica es la posibilidad de “volcar” nuestros pensamientos, de crear, construir y programar. Lo realmente atractivo es el hecho de poder convertirnos al mismo tiempo en consumidores y productores.

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El reto educativo no es la tecnología, sino el desarrollo de un modelo pedagógico que cambie el modelo tradicional de enseñanza y que genere nuevas dinámicas de aprendizaje. El reto que tienen los educadores no es usar la tecnología, sino repensar la educación con ella. Ahora son posibles las aspiraciones de ayer. Parece alcanzable esa sociedad del aprendizaje anunciada por Hutchins hace 40 años. O al aprendizaje centrado en las personas, activo y vinculado a la vida que reclamaba John Dewey hace 100.

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Entonces, ¿cómo recuperamos y mantenemos nuestro espíritu poético?. Pues asumiendo como decía Paulo Freire que “las cosas no son así. Están así”. Enfrentándonos al cambio educativo desde el optimismo realista y el optimismo crítico defendido por el mismo Freire. Creyendo que el cambio será posible si recuperamos nuestra mirada poética. Si asumimos la necesidad de reconciliar lo que es factible ahora con lo que sabemos que se debe hacer y lo que lucharemos por conseguir en el futuro (Papert).

Necesitamos visualizar nuestro futuro que, al final, no es otra cosa que definir nuestro presente. Necesitamos imaginarnos las preguntas que queremos respondernos. Imaginar nuestro futuro es el primer paso para cambiar nuestro presente. Quizá no podamos transformarlo todo pero cada día podemos transformar las cosas. Cada día podemos imaginar nuestro futuro para cambiar nuestro presente. Recuperemos nuestra capacidad de soñar el futuro.

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Imaginemos el futuro que queremos. Hagamos el presente. Construyamos la escuela que queremos. Inventemos coches voladores. Trabajemos por una escuela que vuele y nos haga volar.

Ayer estuve en el Congreso Nuevos Centros Nuevos Modelos Educativos (#nuevosmodeloseducativosorganizado en Chiclana de la Frontera por los cuatros Centros de Formación del Profesorado de la provincia de Cádiz (CEP Cádiz, CEP Jerez, CEP de la Sierra, CEP Algeciras). Estuve hablando de coches voladores, tecnologías poéticas y cambio educativo. Dejo aquí la presentación que utilicé.

Estuve con Fernando Trujillo que nos regaló una vez más una excepcional ponencia. Aquí os la dejo también (Centros Finlandia en Andalucía). Y también os dejo la estupenda ponencia de Ángel Fidalgo de hoy (Recorriendo el camino de la innovación).

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