Cultura digital/Innovación

Las bibliotecas como espacios de aprendizaje abierto y conectado

«Estamos en 1985: quince años apenas nos separan de un nuevo milenio. Por el momento no veo que la proximidad de esta fecha despierte una emoción particular….”, decía Italo Calvino en la introducción a las conferencias que tenía previsto impartir en 1986 en el marco de las Charles Eliot Norton Lectures de Harvard. Desgraciadamente Calvino murió una semana antes de salir de viaje hacia Harvard y nunca pudo dar esas conferencias. Gracias a Esther Calvino, los textos de cinco de las mismas sí nos han llegado en forma de un magnífico libro titulado Seis propuestas para el próximo milenio (Six Memos for the Next Millennium).

Devlon Duthie. Flickr CC 2.0 by-nc

Devlon Duthie. Flickr CC 2.0 by-nc

Han pasado casi treinta años desde que Calvino escribiera sus conferencias y las palabras que utilizó para titular cada una de ellas y que él veía entonces como los valores clave de la literatura del futuro se nos revelan hoy como un conjunto casi perfecto para describir el mundo actual: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad.

Han pasado casi treinta años desde que Calvino afirmara con extrañeza que a tan solo 15 años para la llegada del nuevo milenio, éste no parecía entusiasmar ni preocupar a nadie. Él no llegó a saber lo que pasó. Nosotros sí. Sabemos que al acercarnos al año 2000 nos preocupamos y nos surgieron dudas y una infinidad de oportunistas, visionarios y expertos vaticinaron todo tipo de incidencias, desastres y cataclismos que se pueden resumir en aquella frase que dicen que dijo el coronel ruso Sergey Kaplin pocos minutos después de que sonaran las campanadas de las 12 de la noche el 31 de diciembre de 1999 en la plaza Roja de Moscú: «Como pueden ver, las luces están encendidas en Moscú. El efecto 2000 no es un problema

Nosotros sí sabemos lo que pasó. Algunos estábamos allí. Pero creo que ninguno imaginamos en aquel momento lo que realmente pasaría, lo que está pasando. Las luces siguen encendidas pero el mundo que iluminan ya no es el mismo. Ha cambiado radicalmente. No han pasado 30 años. Son tan solo 14 años pero nos cuesta reconocer el mundo anterior al año 2000, el mundo en el que vivió Calvino. No entro aquí a valorar.

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Todo ha cambiado, sí. «Hemos cambiado para siempre la forma en que nos comunicamos, nos informamos, trabajamos, nos relacionamos, amamos o protestamos«, ha dicho Manuel Castells. Lo que tenemos entre manos, dicen otros, es una de las pocas revoluciones disruptivas de la historia de la humanidad. Una de esas transformaciones que han modificado de manera transcendental nuestro sistema productivo. El cambio ha impactado especialmente al ámbito del conocimiento. Ha modificado y ampliado las maneras de producir, almacenar y comunicar el conocimiento y por tanto ha afectado (o está afectando) profundamente a los procesos de enseñanza y aprendizaje.

Robert Darton, nada sospechoso de asumir discursos vacíos o interesados, hablaba, en un artículo ya clásico titulado The Library in the New Age (New York Times, 2008), de cuatro grandes revoluciones históricas en la difusión del conocimiento:

  1. La invención de la escritura, hacia el 4000 a.C (LA escritura jeroglífica en Egipto hacia el 3.200 a. C y la alfabética hacia el 1000 a. C.
  2. La sustitución del rollo por el códice en el cambio de Era. Hacia el s. III d. C los códices se convierten en un instrumento fundamental en la expansión del Cristianismo. Cambia la percepción de la lectura. Aparece la página, los índices, la estructura…
  3. La imprenta. El códice se transforma con los tipos móviles hacia 1450 con Gutenberg (en China hacia 1945 y en Korea hacia 1230). Habría otro cambio hacia mediados del s. XIX con las imprentas industriales.
  4. La era digital. El cuarto gran cambio es el actual con la comunicación digital.
Franck Blais. Flickr. CC 2.0 by-sa

Franck Blais. Flickr. CC 2.0 by-sa

Si me permiten la licencia, podríamos decir que la transformación digital ha modificado nuestra percepción del espacio y del tiempo. Los ha convertido en altamente dependientes uno del otro. Los ha desordenado y los ha mezclado. Ubicuidad y conectividad juntas. Las cosas suceden en cualquier momento y en cualquier lugar. Y esto es, de nuevo, especialmente relevante en el ámbito del conocimiento y del aprendizaje.

El conocimiento ha desbordado sus lugares canónicos de producción y difusión (el aula, la universidad, la academia, el museo, la biblioteca, el laboratorio, la escuela) y ha colonizado todos los momentos (el del estudio, el del trabajo, el del ocio, el del amor, el del descanso…). La historia oficial del conocimiento ha ido en paralelo a la historia de nuestra modernidad o dicho de otra manera nuestra modernidad se sustentó en un relato específico de cómo y dónde se producía y difundía el conocimiento. Era un relato del orden y la clasificación. Una historia de éxito soportado en los pilares de la especialización, la reducción, la simplificación y los protocolos. Siempre supimos que los espacios encarnaban las ideas, que los conceptos daban forma a los espacios y que cada espacio encerraba una lógica social determinada. «Todo está organizado para escuchar, porque estudiar simplemente las lecciones de un libro no es más que otra manera de escuchar, marca la dependencia de un espíritu respecto a otro«, decía John Dewey en 1905. Sigue siendo verdad, pero no está tan claro.

En los últimos años han surgido nuevos espacios, nuevos lugares de encuentro que permiten el ensamblaje de distintos campos del saber, la producción de conocimiento y la colaboración de expertos y no expertos. Hemos asistido a la irrupción de nuevas formas de crear y trabajar juntos. La Red se ha convertido en un espacio de encuentro entre personas con diferentes tradiciones y sensibilidades y en un espacio de serendipia y descubrimientos azarosos impulsados por la cultura de lo abierto y la colaboración. Las instituciones que tradicionalmente tenían la exclusividad para producir y difundir conocimiento se han visto obligadas a tener en cuenta y a incorporar nuevos procesos de trabajo y de gestión colaborativos y permeables a la participación.

Aurelio Zen. Flickr CC 2.0 by-nc

Aurelio Zen. Flickr CC 2.0 by-nc

Hoy parece llegado el momento de repensar una a una las instituciones dedicadas a la producción y difusión del conocimiento. Pensar en nuevos espacios para innovar, para trabajar y para aprender. Espacios más aptos para abordar la naturaleza híbrida, compleja, local y situada de las cosas. Espacios que exploren las nuevas formas de producción, comunicación, relación y aprendizaje colectivos. Lugares que valoren lo informal y se construyan sobre estructuras de organización descentralizadas. Lugares diseñados pensando especialmente en el encuentro, la colaboración y el intercambio. Espacios donde experimentar con los saberes sin la tensión de la legitimación.

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El pasado 15 de octubre participé en las 3ª Jornadas de Bibliotecas de Extremadura celebradas en Mérida. Preparar la ponencia, me permitió pensar en cómo deberían ser los lugares y cuáles los momentos que nos permitan respondernos mejor a preguntas del tipo: ¿Cómo prepararnos y preparar mejor a nuestros hijos para el futuro?, ¿Qué nuevos aprendizajes necesitamos para dar respuesta a las demandas de la actual sociedad en red y digital?, ¿Cómo deben ser los lugares para construir esas respuestas?, ¿Con quién debemos responderlas?, ¿Cuáles y cómo deben ser los espacios que faciliten la «adquisición» de esos nuevos aprendizajes?, ¿Podemos hacerlo desde las escuelas?, ¿y desde las bibliotecas?, ¿Tienen sentido cuando el libro ha dejado de ser el principal medio de acceso y transmisión del conocimiento?, y si es así, ¿en qué términos debemos repensarlas?.

Tradicionalmente, las bibliotecas han representado un mundo de conocimiento clasificado y bien ordenado donde predominaba una sola fuente de información (los libros) y una sola modalidad de trabajo (la que se vincula a los libros mediante la lectura solitaria y silenciosa). Pero hoy sabemos que tanto la proliferación acelerada de nuevas fuentes de contenidos como de nuevas formas de aprendizaje nos conducen a una concepción necesariamente distinta de esos espacios.

«Los usuarios no vienen a la biblioteca buscando libros, revistas, publicaciones, películas o música. Vienen para informarse, para soñar, para crear, para horrorizarse, maravillarse o divertirse. Vienen para huir de la realidad o para entenderla mejor. Vienen a buscar refugio o motivaciones, compañía o soledad. Vienen por el software«, afirmaba Hugh Rundle en un interesante artículo en el que analizaba y exploraba cómo podrían ser las bibliotecas para responder al tiempo de redes en el que vivimos, cómo deberían ser las bibliotecas para responder a las nuevas demandas de aprendizaje.

El artículo de Rundle abrió una interesante línea de investigación en torno a la biblioteca como plataforma (Library as platform. David Weinberger). Y a mi me permitió jugar con la idea no de una biblioteca del futuro sino de muchas. Tantas como comunidades haya interesadas en hacerse preguntas y explorar respuestas. Bibliotecas laboratorio, bibliotecas conectadas, bibliotecas innovadoras, bibliotecas abiertas, bibliotecas inacabadas. Bibliotecas hechas de personas y para las personas.

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O, cómo dijo mucho mejor Calvino,: «¿Qué somos, qué es cada uno de nosotros sino una combinatoria de experiencias, de informaciones, de lecturas, de imaginaciones? Cada vida es una enciclopedia, una biblioteca, un muestrario de estilos donde todo se puede mezclar continuamente y reordenar de todas las formas posibles.» Bibliotecas para mezclar y reordenar. Bibliotecas para el desordenBibliotecas como espacios de aprendizaje abierto y conectado.

Dejo aquí la presentación en las jornadas: