Cultura digital/Educación/Innovación

Mi título ha caducado ¿qué hago Sr. Rector?

En junio de 1992 estábamos inmersos en el sueño de ser por fin relevantes en el Mundo. Nos habíamos hecho mayores y Europa y el Mundo iban a saber por fin de qué éramos capaces. Hacía dos meses que se había inaugurado la Exposición Universal de Sevilla, la Expo, como rápida y castizamente la apodamos y, por un momento, nos creímos el centro del Mundo. En junio de 1992 quedaban también apenas unas semanas para que comenzaran las mejores Olimpiadas de la Historia, como nos gustó decir entonces y nos gusta seguir pensando hoy, las Olimpiadas de Barcelona. No sólo éramos un país moderno, no sólo éramos eficientes gestores, también podíamos sobresalir en el glamour del deporte de élite.
Sin embargo, en junio de 1992, España estaba inmersa en una de las últimas grandes crisis económicas del país. Una crisis con altas cifras de déficit público, un casi nulo crecimiento del PIB y unas altas tasas de paro que generaban unas muy malas perspectivas de empleo para los jóvenes.

Tiremos de la manta

Tiremos de la manta

Junio de 1992 es para mi una fecha bien distinta. O mejor dicho, es todo eso pero también o, sobre todo, es la fecha en la que hice mi último exámen de licenciatura. Mi generación también se hacía mayor y España (del Mundo aún no hablábamos mucho) también iba a saber de qué éramos capaces. Un mediodía de junio de 1992 terminé el examen que me convertía oficiosamente en un Licenciado en Ciencias Físicas en la especialidad de Física Fundamental, o de Física Teórica como decía yo para intentar que la gente entendiera rápido de qué se trataba. Salvo una temporada como estudiante de doctorado en el área de la física del estado sólido (o física de materiales como también me gustaba decir para que se me entendiera), nunca más he ejercido de físico ni he utilizado mis «especializados» y “profundos” conocimientos de física y matemáticas. Pasado ese primer y único intento, nunca después he realizado un posgrado en física, un curso o un programa de actualización. En 20 años son «escasos» los libros de “divulgación científica” que he leído y he mantenido excepcionales (por escasas) “conversaciones” sobre física con algunos amigos y, sin embargo, sigo diciendo que soy Licenciado en Ciencias Físicas. Me gusta también, por cuestiones más sentimentales que racionales, ser y decir que soy miembro de la Real Sociedad Española de Física (RSEF) y sigo poniendo todo esto en un lugar preferente de mi CV.

Bueno, al menos hasta hace unos días, cuando por primera vez en mi vida, en una entrevista de trabajo, mi futuro (ya pasado y hoy no presente) empleador me preguntó varias cosas relacionadas con ciencia y tecnología que, estupefacto ante la pregunta, no supe responder. De nada valió intentar argumentar que hoy lo realmente importante no es el conocimiento en sí, sino saber buscarlo, filtrarlo y jerarquizarlo. De nada sirvió que le soltara eso que suena a boutade pero que es muy cierto de que en la era del conocimiento el conocimiento no vale nada. No fui capaz de convencerle de que lo importante eran las habilidades, de que lo realmente útil y con valor era la experiencia adquirida, mi experiencia profesional. No se ablandó cuando intenté argumentarle que el hecho de haber estudiado cinco intensos años de ciencia me permitiría “ponerme al día” con una inversión pequeña en tiempo y esfuerzo. No me contrató. Y en ese mismo instante me di cuenta de que mi título había caducado. Que ya no servía. Que su validez había expirado.

Foto de graduación de 1884

Foto de graduación de 1884

Esta larga y personal introducción viene a cuento del debate actual sobre el valor de los títulos académicos, los diplomas oficiales, los procesos de evaluación y acreditación y los sistemas de certificación de la educación. Debate alimentado además por la creciente importancia cobrada por la formación continua, el lifelong learning y el aprendizaje a lo largo de la vida. Dos corrientes con orígenes dispares y con tradiciones separadas.
Dos movimientos con motivaciones y actores distintos, en muchos casos opuestos, pero que la actual transformación digital está uniendo. El primero relacionado con preguntas como quién evalúa, basado en qué criterios, dónde se certifica el conocimiento, cómo se reconoce lo aprendido y dónde reside la autoridad. Corriente amplificada por la actual oportunidad que todos tenemos para decidir cuándo, dónde, de quién y qué aprendemos. El segundo movimiento tiene que ver más con un modelo económico concreto y su sistema productivo, más con la demanda que con la oferta. Si el primero es sobre todo una demanda individual y ciudadana, el segundo proviene de una industria y de un mundo empresarial que demandan profesionales cada vez más versátiles, ágiles y capaces de adaptarse a la condiciones cambiantes del entorno.

Lo que está claro es que esta creciente y cada vez más exigente demanda de actualización, reciclaje y formación continua, ha coincidido en el tiempo con una corriente de democratización, accesibilidad y desintermediación del conocimiento provocada por la revolución digital. Una «tercera revolución industrial» que ha traído consigo un profundo cuestionamiento sobre el dónde, cómo y quién produce conocimiento, así como sobre el quién puede transmitirlo y quién detenta la autoridad del mismo. El mundo 2.0 es para muchos sinónimo de democratización en la producción, distribución y acceso al conocimiento. Lo digital es equivalente a apertura, igualdad, accesibilidad, horizontalidad y gestión entre pares. Está derribando uno a uno monopolios históricos y provocando en consecuencia la transformación de asentados modelos de negocio basados en ellos. Ahora, parece que le ha llegado el turno a la educación. Su caso no es distinto en lo esencial al de la música, los viajes o la cultura aunque su relevancia social y económica sí lo hace radicalmente diferente y socialmente mucho más importante.

Lo más parecido a un Badge. Diploma de 1892. Especifica a quién (James Percy Smith), cuándo (24 de junio), calificación y materia (excelente en deporte y recitaciones), las aptitudes (asistencia regular) la profesora (Edna G. Gilman) y dónde (North Bangor, Estado de Maine)

El actual sistema (al menos en la mayoría de los países industrializados) ha garantizado la accesibilidad y la igualdad actuando como mediador entre los garantes y usufructuarios del monopolio y los ciudadanos, actuando como regulador del mismo y asegurando la calidad, la accesibilidad, la integración social y la justa redistribución.

Sin embargo, el aprendizaje formal, aquel que tiene lugar en momentos y lugares concretos y determinados, construido sobre unos procesos de certificación y valorización de la autoridad soportados sobre la escasez, aquel que sucede entre las paredes de las instituciones que han detentado hasta ahora este monopolio de la educación, se está revelando insuficiente. Los procesos de certificación y acreditación se están democratizando, descentralizando y diversificando. La brecha entre el aprendizaje y su reconocimiento, hasta ahora satisfecha por las instituciones educativas formales mediante la expedición de un bonito diploma de duración ilimitada, está siendo cubierta cada vez más con propuestas alternativas e innovadoras. El actual proceso, sencillo y fácilmente entendible, en el que aprobar te garantizaba créditos y la acumulación de créditos te permitía obtener un título que facilitaba a su vez tu empleabilidad y te abría las puertas del mercado laboral de por vida pierde sentido cada día o al menos se presenta como claramente incompleto.

Pensar en las razones de la larga perduración de este sistema de acreditación es hacerlo en términos de propiedad intelectual, de costes de producción, de revalorización del producto con el tiempo y de un contexto económico que valoraba la posesión de conocimiento experto y de habilidades cognitivas complejas. El reconocimiento así obtenido gozaba además de otro valor diferencial: no caducaba y era “universalmente reconocible”.
Hoy nos encontramos en un proceso de descentralización y desintermediación que está afectando a todos los ámbitos del sistema educativo: acceso a los contenidos, construcción de redes “sociales” de aprendizaje, innovación en los sistemas de evaluación, enormes posibilidades de análisis y seguimiento de resultados y cuestionamiento de la certificación. La irrupción en los últimos meses de manera masiva de los llamados MOOCs (Massive Open Online Courses) en los que cualquiera puede estudiar, cualquier tema, en las mejores universidades e impartido por los mejores profesores del mundo, de manera gratuita y online pero sin la obtención de un “título oficial” no ha hecho más que amplificar la cuestión que venimos tratando.
A cambio, a los estudiantes que superen el curso, se les ofrece, al finalizar, la posibilidad de adquirir, a muy bajo coste (unos 100$), una acreditación “no oficial”. Algo que “certifique” de alguna manera lo aprendido, el conocimiento asimilado, las habilidades y competencias obtenidas. Un «badge» o un conjunto de «badges» (insignia, distintivo, credencial) si usamos la expresión inglesa más usada. Un nuevo sistema de certificación digital, específico, acumulable, modular, canjeable, motivador, rico en metadatos (que informa sobre el cuándo, dónde, haciendo qué, con qué profesor, con qué calificaciones, qué skills concretos, de qué manera…) y socialatendiendo a las cuestiones de forma, de procesos, de relación (Tíscar Lara). Una “insignia” distintiva más cercana a las empleadas por las girlscouts o por los jugadores de videojuegos que a las certificaciones académicas tradicionales. Un sistema inspirado en la «gamification,  con niveles y grados de maestría que, al tiempo que especifica con gran detalle lo que alguien ha aprendido a hacer o ha hecho realmente, incentiva a «seguir jugando».

Graduación en Harvard en 1961

Graduación en Harvard en 1961

Todo parece encaminarnos hacia un mundo en el que estas acreditaciones no tradicionales y no oficiales se van a convertir en algo cada vez más valioso y más demandado por el mercado laboral. La velocidad de cambio del mundo actual está provocando que la separación entre la demandas profesionales y personales, por un lado,  y la oferta de capacitaciones académicas y títulos, por otro, sea cada vez mayor. Los “badges” pueden ser especialmente eficientes a la hora de cubrir esta brecha. Pueden actuar como el pegamento que conecte la formación formal con la informal. Todo parece indicar que en la competición entre títulos y badges, las apuestas a la larga dan ganadores a los segundos y ya no es extraño leer titulares del tipo Grades out, Badges in.

Pero veámoslo con más detalle. Como suele suceder, la innovación es más probable que surja en los márgenes de los sistemas y en el caso de la acreditación el mayor impulso por repensar el modelo de acreditación viene principalmente del sector industrial y empresarial y excepcionalmente de algunos ámbitos educativos reformistas más que desde el interior del sistema mismo. Los badges prometen una mirada más granular y en detalle de los conocimientos y las habilidades adquiridas por alguien. Están centrados en competencias concretas y trazables. Son una especie de biografía de aprendizaje personalizada, una especie de «proffesional learning portfolio» como señala Jane Hart. Parecen más eficientes también para certificar habilidades en procesos complejos y competencias que no suelen estar reflejadas en los títulos tradicionales y que cada vez son más valoradas y demandadas por el mercado laboral en oposición a los “puros conocimientos” (liderazgo, competencias digitales, competencias comunicativas, habilidad en la gestión de proyectos, poseer un espíritu innovador o un carácter integrador en un equipo) y, además, según señalan los expertos, los badges (como los usados en los videojuegos o en otros entornos informales) no sólo sirven para “certificar” un conocimiento específico sino que también sirven como un gran elemento motivador para seguir adquiriendo otros conocimientos o más profundidad en los ya adquiridos. Y en este segundo rol, su papel como elementos sociales, visibles y de reconocimiento entre muchos es muy determinante. Parecen en cualquier caso más adaptados al futuro y al Mundo real. Un Mundo mucho más complejo, híbrido, incierto, móvil, cambiante, abierto y poroso.

Graduación en Vassar College. 1909

Graduación en Vassar College. 1909

Son muchos los actores que están interviniendo en este proceso de replanteamiento global del sistema de certificación del aprendizaje. Destaca como actor principal la Fundación Mozilla, con su proyecto Mozilla Open Badges, que señala en su misión: “El aprendizaje sucede hoy en cualquier lugar, pero es a menudo difícil obtener el reconocimiento de habilidades adquiridas y proyectos realizados fuera del entorno académico. La Fundación Mozilla está trabajando para resolver este problema, hacer más sencillo a cualquier, a cualquier comunidad de aprendizaje (formal o informal) y a cualquier tipo de organización el expedir, adquirir y mostrar badges que demuestren este aprendizaje adquirido en la sociedad en red. El objetivo principal es trabajar por reconocer las habilidades del siglo XXI y por abrir a todos oportunidades de aprendizaje y de desarrollo profesional. Elevar y mejorar, en definitiva, los niveles de vida y laborales.”
Son interesantes también movimientos como el de la startup Degreed, un servicio gratuito que pretende agrupar, valorar y validar todo el aprendizaje que un individuo haya realizado a lo largo de su vida, tanto si el título es oficial como si lo ha adquirido de manera informal.
Son también numerosos los actores que están repensando cuáles son las nuevas habilidades y competencias necesarias para el siglo XXI. Instituciones como el Institute for the Future (IFTF)que acaba de publicar un interesantísimo informe titulado Future Work Skills 2020 es uno de los principales. En España son seminales y de gran relevancia los trabajos sobre otras formas de acreditación realizados por Daniel Domínguez y Fernando Santamaría ambos con marcos conceptuales y explicativos muy clarificadores.

5th grade report card. Milwaukee. 1958. Donde se ve cómo se valoraban habilidades sociales

5th grade report card. 1958. Donde se ve cómo se valoraban habilidades sociales

Será importante hacer un seguimiento de la evolución de estas nuevas formas de acreditación y explorar y experimentar con casos concretos sobre cómo obtenerlas de manera real. Todo parece indicar que han venido (al igual que los MOOC’s) para quedarse. Es el momento también de poner algo de orden en esta explosión de innovación y múltiples iniciativas. En los próximos meses surgirán, con probabilidad, los actores que aspiren a convertirse en un actor privilegiado, que hagan de intermediarios entre usuarios finales y organizaciones. Será importante que entre todos cuidemos por mantener las esencias señaladas que nos permitan ver cumplidas algunas de las grandes promesas del nuevo sistema y en el fondo un gran sueño de todos los tiempos, la “evaluación personalizada”.  La accesibilidad a un nuevo CV digital de cada individuo, de manera centralizada y en único punto. Un CV que, como decíamos, incorporará tanto las titulaciones formales y los saberes tradicionales como las competencias y las habilidades adquiridas en entornos informales. Un CV, rico en datos (metadata), gestionado por cada uno de nosotros (y no por las instituciones académicas), motivador, modular, flexible, diverso (e incluso que asimile la contradicción), continúo, que tenga en cuenta tanto los conocimientos hard como las habilidades soft, que valore la creación de comunidades, que facilite la construcción y gestión de la reputación digital y que, a diferencia de mi título como Licenciado en Ciencias Físicas, no caduque, o si caduca que sea capaz de mostrar que más allá de adquirir un conjunto de conocimientos expertos y especializados también adquirí una serie de valores y competencias que hasta ahora no éramos capaces de reflejar en los títulos oficiales y difícilmente en los modelos estándares de CV’s.

Los nuevos retos, las preguntas, el cuestionamiento de los actuales sistemas de acreditación, abren, desde luego, una puerta hacia un mundo más integrador, en el que se valore tanto lo estudiado como lo hecho, lo académico como la experiencia profesional y vital, lo profesional y lo amateur, lo obligatorio y lo vocacional, lo estructurado y lo caótico, el saber experto y el saber profano. Let’s play, juguemos.

Créditos Fotos:

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12 pensamientos en “Mi título ha caducado ¿qué hago Sr. Rector?

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  2. Gracias Xiomara por tu comentario. Tienes razón en que vivimos en un mundo «incierto» y con muchas preguntas. La parte positiva es que tenemos muchas oportunidades para ser protagonistas de las respuestas y de las soluciones. En este tema y en otros 🙂

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  4. Querido Carlos … impresionante como siempre!!!
    Y secundo a Tíscar: hoy podemos optar entre MIT y Harvard y Berkeley y Stanford y Cambridge y … todas las universidades de renombre y abolengo que se actualizan y se ofrecen al mundo más allá del «sitio físico».

    Grandísimo placer leerte de vez en cuando.

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